Para qué engañarme, para qué,
si desde el primer comienzo del universo,
ya te amaba, ya te ansiaba, te soñaba,
como el día en que te dije “te quiero".
Aunque las ventanas rompa,
las paredes queden sordas por mi destierro
de las blasfemias de una mala boca,
no dejo de susurrar tu nombre al viento.
Necesito saberte, como un espía
que aprendió a hacerlo sin un maestro;
necesito olerte, el perfume de mi vida,
el que Dios me dio desde otro tiempo.
Y por las noches te tomo
sumida en las lágrimas de mi ruego:
“ven, ven", y yo voy a tu amor,
con tan solo sonreírme tu beso.
© 2019 Elías Enrique Viqueira Lasprilla (Eterno).
España.