domingo, 23 de octubre de 2016

LOS EXILIOS DE UN MUERTO: PRIMERA PARTE

El Doctor Saint Yole era un hombre solitario, vagabundo de laboratorios, enamorado de sí mismo y perturbado hasta las trancas. Su cerebro de metal humano estaba más plano que las camillas de los hospitales encantados. Sus manos parecían tijeras, y su rostro, un muerto.
Encrespando a las gallinas negras (cuervos de nueva era), Saint caminaba sin rumbo por los cementerios de su vida.
«Querida mía, ¿por qué me has abandonado tan pronto?», pensó mientras la voz era la tormenta de la noche tétrica.
Triste, nostálgico y melancólico, todavía estaba “muy alegre”.
«Amor mío… Quiero morir contigo. ¿Por qué te has ido?».
Después lanzó un rugido tempestuoso que hasta los pequeños satanases de los infiernos temblaron al ritmo de los rayos y los esqueletos de la Nocturnal; parecían danzar como memas marionetas manejadas por Drácula.
De hecho, Drácula estaba a un par de metros de Saint regando su jardín sin hojas.
¿Quién iba a hacer tal trabajo si no había plantitas?
Saint sabía la respuesta.
—¿Regando almas? —preguntó Saint al acercarse a Drácula, que medía más de dos metros de altura, además de ser muy fuerte.
—Mientras tanto tú me las segas.
—Dame mi paga semanal.
—Aquí tienes.
Al tenderle Drácula el dinero a Saint, éste se lo quedó mirando con su mano derecha de tijeras.
—¿Nada más que este poco? ¿Estás loco, Drácula? —Su tono de voz era bastante amenazador.
—Yo no estoy loco. Aquí el único loco eres tú. —Su garganta perjuraba el Infierno. Atemorizaba hasta a los fantasmas, pero a Saint no le perturbaba.
—Oh, ya lo creo, pero no tanto como para aceptar esto. —Le tiró a la vestimenta ensangrentada el dinero mal adquirido—. Esto no me da para mis herramientas.
—¿Herramientas? ¿Llamas herramientas de trabajo a tus manos de tijera? Por favor. —Chasqueó la lengua con un suspiro irritante.
—¿Sabes que podría cortarte la inmortalidad de un tajo? No me tientes.
Al oír eso Drácula por el Doctor Saint, quedó sin voz pero refunfuñando.
—Ojalá no te hubiera encontrado, Saint Yole —dijo Drácula con ira impotente.
—Rectifica, yo te encontré y mataste a mi mujer.
—Necesitaba vivir y ella fue…
—¿Tu primer plato? Maldito ser. Te debería de cortar las venas ahora mismo.
—Hazlo y no vivirás con esto.
Drácula le enseñó una poción agitándola con burla.
—Doctor Saint, te lo dejaré bastante claro. Tú a mí no me gustas y yo a ti tampoco, por lo que ambos queremos lo mismo: tú trabajas para mí y yo para ti.
—Pues págame más de lo que me has dado.
—No puedo, por eso te di lo que te di. Me he tenido que gastar el resto en nuevas armas.
Mientras hablaban, se dirigían al interior de un panteón bastante iluminado por la tormenta.
—¿En qué te has gastado mi dinero, si se puede saber? —preguntó Saint con gran enfado.
—En esto que te quiero enseñar.
Al encender unas luces diurnas, Saint se maravilló.
—¿Qué es…?
—¿Sorprendido, querido Doctor? ¿A que es mejor que lo que esperabas que te pagara?
—Oh, sí. —Babeaba como un demente.
—¿Necesitas una toalla, amigo? Me vas a manchar el traje con saliva. —Hizo una mueca de repugnancia.
—¿Para qué sirve esa cosa que tenemos delante? ¿Es una máquina de algún tipo?
—Así es. Con ella yo obtendré lo que quiero: gobernar el mundo con mi ejército.
—Eso significa…
—Tú ganarás un montón de dinero con el que podrás resucitar a tu doncella. Tú obtendrás lo que deseas y yo lo que quiero con esta maravilla mecánica.
—Oh… Así que segaría almas con esta cosa enorme.
—Perfecto, amigo mío. —Encendió el artefacto grande, que era del tamaño de dos personas adultas—. El funcionamiento es sencillo: enciendes aquí, se abre un portal, entras y me traes las almas.
—¿Una máquina de los sueños?
—De las pesadillas. Crearás muchas pesadillas al inocente al que vayas a segarle el alma.
—Oh, entiendo.
—Pues amigo, en marcha. Tengo mucha sangre que derramar por el planeta.
Y con una carcajada macabra, Drácula desapareció con sus aves malditas.
Mientras tanto y observando la máquina de las pesadillas…
—Amor mío, ya falta poco…
…, la voz de Saint le segó su propia alma…, que se llevó su esposa al Infierno.

   


LOS EXILIOS DE UN MUERTO: SEGUNDA PARTE

Una destinada a ser emperatriz de la burocracia vampírica, yacía muerta en la cama.
Así eran todas las destinadas: abiertas en canal de par en par, con una lanza empalándolas desde el origen de sus intimidades hasta salir la punta de la lanza por la boca, y crucificadas en los barrotes de las camas.
Así hacía el Doctor Saint Yole cuando iba a cazar almas… Pero no para Drácula, sino para él.
«Amor mío… Me recuerdas tanto…», pensó Saint.
El cuarto desnudo de vida estaba lleno de entrañas y sangres por todas partes. El Doctor recogía los desperdicios con un aparato extraño para no dejar huella de sus crímenes. Crímenes personales.
Estaba loco.
Loco de atar amores muertos.
Aparte de dar almas a Drácula, segaba las de mujeres vampiresas jóvenes para sí mismo, pues le recordaban a su querida esposa…
«Mirana, quiero morir contigo».
Acabado el trabajo, Saint abandonó la habitación de una destinada muerta más a su lista.
—Debo de llevarle a Drácula tres almas más que he logrado, además de una para mi colección —dijo Saint al salir de la casa por el aparato de los sueños que Drácula le había enseñado a usar.
Las calles de Marimplane estaban desérticas pero llenas de la naturaleza. Lluvia estridente, duendes jactándose de rabietas con los perros, niños chillando sus terrores al ser perseguidos por brujas —que más de una ya tenía el estómago lleno de críos—, fulanas hinchiéndose con palurdos babosos, y Saint; él sí que era una naturaleza andante, pero muerta.
Los edificios negros cantaban las injurias que hacía Saint con su expresión de “santo”.
—Ya falta poco, Mirana. Ya falta…
Antes de terminar de hablar Saint, un inesperado encontronazo tuvo lugar frente a él.
—Hola, guapo —dijo una voz femenina muy seductora.
—Tú… ¿Qué pintas aquí? Vete a robar corazones. Es lo que haces siempre. —Saint se puso muy nervioso.
—Oh, el tuyo sí que me gustaría robar. —Se acercaba a él con taconeo sensualmente arrebatador. Su vestido escarlata coincidía con su peinado de sirena de volcanes perversos—. Dime una cosa, ¿más almas? ¿Por qué no trabajas para mí en vez de a ese desgraciado vampiro?
—Ese desgraciado vampiro me da lo que deseo.
—¿Sí? ¿Te da placer? No creo que más del que yo te deseo. —Le lamió una oreja mientras enseñaba los dientes de tigresa chupasangre… O chupa…
Saint se intentaba contener.
—Basta, bruja. —La empujó bruscamente—. Tus despechadas tentaciones no van conmigo.
—¿Por qué no? —Se relamió los labios de sangre templada. Probablemente de anteriores asesinatos.
—Eres la mujer de…
—No soy la mujer de mi marido.
—Drácula te…
—No, no me ama.
—Parece feliz contigo.
—¿Feliz? Ese hombre no es feliz ni consigo mismo. —Lanzó un suspiro ardientemente apenado—. No le des más almas.
—¿Qué?
—Te va a dejar en la estacada como me hizo a mí una vez.
—El me prometió…
—¿La inmortalidad? ¿Resucitar lo que tanto anhelas? ¿A Mirana? Eres patético.
—No vuelvas a pronunciar el nombre de mi difunta mujer.
—¿Y por qué? Aquí tú eres el doctor, no mi marido. ¿Por qué trabajas para él? No tienes ni idea de con quién tratas.
—Oh, sí que la tengo. Con alguien que odia las mujeres como tú.
Boquiabierta la vampiresa, Saint prosiguió su destino sin mirar atrás, adonde una mujer yacía de pie con el corazón —si tuviera— partido en millones de pedazos.
—¡Drácula no quiere nada contigo! ¡Siempre ha sido un vampiro único sin piedad ni pactos con nadie! —gritó de lejos la vampiresa. Y luego, un chillido de bruja maldita.
Un niño asustadizo corría sin freno hacia ninguna parte hasta que tropezó con Saint.
—¡Socorro, socorro! —rugía el chavalín de corta edad.
Saint se lo quedó mirando mientras atisbaba que una bruja iba de caza infantil.
Al toparse de lleno con Saint, la bruja se horrorizó.
—Ah, vaya. Doctor Saint… —dijo con voz dulcemente traidora.
—¿Nos conocemos? —preguntó Saint con gesto iracundo.
—Ehm… No, pero es muy famoso por aquí.
—Ya veo.
De repente, el Doctor le asestó una puñalada a la bruja con una de sus manos tijeras.
Y en un bramido agónico, la hechicera pereció de pie ante el poder de Saint.
—Bruja querida, tú me servirás para jugar con Drácula —dijo Saint con sonrisa maquiavélica.
El niño ahora temía más al doctor que a la bruja. Corrió sin destino.
Saint se cobró un alma más, pero maligna, con la que travesear a Drácula.
—Si es cierto que tu mujer, Drácula, me dice la verdad, tendremos que cambiar de planes. —Se guardó el alma de la bruja en un cofre que tenía en su bolso de metal maleable—. Esposa de Drácula y primera destinada a la burocracia vampírica. Fuiste mal parida y mal elegida, pero pronto sabré si ambos sois de fiar o ninguno miente.





LOS EXILIOS DE UN MUERTO: TERCERA PARTE

Saint estaba convencido de que Drácula y Samantha (mujer del vampiro jefe) le engañaban. Y solo había una manera de saberlo... Aunque Saint ya lo sabía.
En los balcones del castillo del Doctor...
—¡No! ¡Lo sabía! —dijo Saint al ver lo que esperaba: traición.
Drácula partía hacia una ciudad en busca de sangre y almas, con el ejército de monstruos de Saint.
—Te lo dije, doctor estúpido —habló una voz familiar para Saint.
—Qué intentáis los dos, Samantha. Y no es una pregunta. —Saint estaba encolerizado.
—¿Yo? Nada, pero Drácula sí. —Se acercó a Saint con sensuales movimientos—. Te dije que era un traidor. Él nunca me quiso.
—Me tiene que...
—¿Te tiene qué, Saint? ¿Pagar? Nunca lo hará. Tampoco te va a devolver a tu mujer.
—Lo hará.
—Pobre corderito desgraciado. —Rió a carcajadas—. Saint, no sigas con esa fe tuya. Está maldita.
—Todos lo estáis.
—Cierto, pero no locos como tú. O al menos Drácula sí y tú.
—Yo lo estoy por amor, y él por guerra.
—Tú ya estabas loco desde que perdiste a tu mujer. ¿Por qué no admites de una vez que Lucifer se la llevó? Deja de segar almas para ti en recuerdo de tu esposa. Ni yo lo haría. Y eso que soy perversa.
—Lo necesito...
—¿El qué? ¿Vivir entre lágrimas de sangre? Mejor decir que te son diamantes de sangre esas almas tuyas en recuerdo de tu mujer. —Suspiró hondamente—. Eres un crío buscando caramelitos porque perdiste a tu gran piruleta. Abre los ojos, Doctor. Sigues ciego. —Le guió la mirada al batallón lejano ya de Drácula—. Mira a ese ser de allí. ¿Sabes por qué se llama Drácula? Tú le pusiste ese nombre por una novela muy famosa de este mundo.
—Ese de allí es un vampiro horrendo.
—Eso de allí es tu hermano, Saint. Lo resucitaste por dolor fraternal y ahora intentas hacer lo mismo con tu mujer. ¿Acaso quieres convertirla en Draculina? Tendría su gracia. Tu hermano ya no te va a pagar porque te está haciendo un gran favor: no cometer el mismo error que hiciste con él, ahora con tu esposa difunta.
Saint no había caído en esa verdad de Samantha.
—Escucha, Saint. Tu hermano, al que tú has llamado Drácula, se llama Ray Levoran Yole, y no, no es el primer vampirito. El primer vampiro es tu padre Soulern Yole. Tú mismo incluso eres un vampiro.
Saint lagrimaba débilmente.
—Saint, no sé lo que va a pasarte, pero sí sé una cosa segura: que Drácula no va a parar.
—Ni yo tampoco.






LOS EXILIOS DE UN MUERTO: CUARTA PARTE

La urbanización estaba totalmente anegada en olvido, ruinas, destrozos y lloros. Poca gente quedaba rezando en lágrimas en las aceras de los pueblos mientras Saint andaba con paso robustamente entregado a la pena.
—Cómo has podido hacer algo así, Drácula —dijo Saint al seguir su rumbo perdido por las “alegrías” del suburbio—. Mejor dicho: Ray.
El nombre de su hermano, el verdadero, estaba realmente loco de vampirismo como el que poseía Saint.
—Esto ya ha llegado demasiado lejos, Drácula. Cómo he podido caer en tu trampa, hermano.
Los pozos de la maldición de las almas en pena yacían flotando en los aires de las gentes desplomadas en lluvias de ángeles caídos sobre el corazón de Saint.
—Has arrasado con todo…
Saint estaba paralizado ante tamaña crueldad de su hermano.
Frenó su avance para contemplar a un hombre debatiéndose entre recoger las “salchichas” de su vientre o dejarse fallecer de una vez como un perro sarnoso.
—Oh, Dios… —masculló Saint al verlo agónicamente devastado en sangre y entrañas.
“Dios”, había dicho Saint. Ese nombre tan religiosamente inédito no tenía cabida en su cabeza desde hace muchísimo tiempo atrás. Solo lo había nombrado cuando murió su esposa. Y ahora, lo iba a condenar sobre Drácula.
—Drácula, Dios caerá sobre ti por mi venganza.
Y así lo hizo.
Intentando sanar al hombre destripado, Saint no pudo hacer nada más que observar cómo el alma del pobre varón se esfumaba.
—Amigo mío, te prometo que tu alma irá a un lugar feliz —dijo Saint con una leve sonrisa.
Esta iba a ser la primera vez que no capturaría un alma.
Dejó que Dios actuara por fin sobre Saint.
Un nuevo doctor.
El Doctor de la Vida, en vez del de la Muerte.
—Vaya, Saint —dijo la voz de Samantha al estar detrás del Doctor.
—Qué quieres ahora.
—Tranquilo, hombre. No te enfades. —Se acercó mucho a él por su lado izquierdo—. ¿Te estás dejando llevar por la Divinidad? No está mal.
—No hables de algo que no te incumbe.
—Ya lo creo que sí, Saint, pues si no lo sabes, no me satisface nada seguir siendo lo que soy.
—¿Y qué eres? Lo que tengas es malvado: una vampiresa, una diablesa, una bruja y una mujer perversa. No tienes nada de bueno.
—Mmm… Cierto, pero podría sorprenderte.
—Demuéstramelo.
—Te ayudaré a frenar a tu hermano.
—No necesito tu ayuda.
—Oh, sí. La necesitas. —Le acarició un hombro.
Saint sintió un extraño roce muy familiar de Samantha.
«Es parecido al de mi difunta mujer… Oh, Mirana… Te necesito tanto…».
—No necesito tu ayuda maldita —insistió Saint.
—De acuerdo. No te obligaré. —Desistió de seguir “amando” a Saint—. Pero no podrás con Drácula tú solo.
—Sé más de él de lo que piensas. Soy su creador.
—Y yo su asqueroso juguetito. ¿Nos vamos a poner a ver quién sabe más de él o nos ponemos en serio contra él?
Saint suspiró.
—¿Y en qué me vas a ayudar, Samantha?
—Muy fácil. Ahora que ha arrasado este pueblo de mendigos…
—Cuidado con lo que sueltas por esa boca. No es un pueblo de mendigos.
—Vale, vale. Perdona. A lo que iba es que como tu hermano ya está contentito, será vulnerable para atraparlo.
—Sé cómo atraparlo pero me preocupa más mi ejército. Me lo ha robado y es muy poderoso.
—Oh, no tanto. —Samantha sonrió maliciosamente—. Tus licántropos y brujas no son nada para mí.
—No sé si lo que has dicho es bueno o malo.
—Es bueno. —Rió al final.
—Ya… Lo que tú digas.
—Yo puedo ocuparme de tu ejército mientras tú atrapas a Drácula con su propia medicina.
—¿Qué?
—El aparato que te regaló, ¿cómo se llama? ¿No es un caza-almas? Empléalo contra él.
—Mi hermano no tiene alma. Utilicé una alquimia sin esencia con la que restaurar su cuerpo. De esa forma resucitó.
—No estoy diciendo que le robes un alma que no tiene, si no que le inyectes una.
—¿Una? ¿Qué?
—Que le hagas una pesadilla insertándole un alma. Pero no un alma cualquiera.
Saint empezaba a sentir extrañas frustraciones en su cabeza de alquímico indomable.
—Saint, mírate. Estás viejo. Posees un cuerpo inmortal a punto de ir al cementerio.
—Tú lo has dicho. Soy inmortal, por tanto…
—Los inmortales mueren si no se cuidan. Y tú no te cuidas.
—Yo…
—Saint. —Le acarició el rostro.
Otra vez el Doctor sentía una rareza bastante potente en las ternuras de Samantha; algo que le hacía percibirse muy querido por una dama peligrosa.
—Saint, necesitas un cuerpo nuevo.
—¿Insinúas que descanse en el de mi hermano?
—Saint, tu hermano ya está muerto. Sigue estando muerto en el nicho de tu familia. Lo que has resucitado ha sido su vampirismo, no su cuerpo, mente, corazón y alma enteros. La alquimia no resucita esas cuatro perfecciones humanas, sino una inmortalidad. La alquimia es inmortalidad, por tanto de la esencia de tu hermano le causaste una inmortalidad paralela.
—Inmortalidad paralela…
—Para ser un alquímico maestro sabes menos de lo que deberías saber. —Sonrió—. Saint, tu hermano, como te dije, sigue muerto. Nunca lo has revivido, solo su vampirismo. Algo muy peligroso. Así que no es tu hermano lo que ha arrasado el pueblo y mató a tu mujer, sino un ser malvado. Un cuerpo perfecto e inmortal para…
—Para mí…
—Parece que lo vas entendiendo. Si quieres continuar con resucitar a tu mujer, adelante, no te lo voy a impedir, pero creo que no deberías de cometer ese mismo error que hiciste con Drácula.
—Tienes razón.
—¿En qué?
—En que me llamo Drácula.




LOS EXILIOS DE UN MUERTO: QUINTA PARTE

Saint descansaba en una parte de su laboratorio alejado del mundo entero nocturno y tormentoso.
—Me llamo Drácula… —susurró al viento exento de aire triunfante.
Bebiendo una copa de agua roja, que parecía sangre o vino entintado de entrañas, Saint murmuraba pensamientos a las lluvias de sus ojos y del clima tempestuoso.
—Me llamo Drácula…
Se miró al espejo que tenía a la derecha.
—Soy Drácula…
Su cuerpo inmortal estaba para el arrastre. No tenía fuerzas, solo una imagen tan débil que únicamente su inteligencia de doctor alquímico le hacía sentirse joven por siempre… O por nunca.
—Necesito ser Drácula…
Agarró una fotografía de cuando era un chaval y empezó a llorar.
—Nuestra madre y nuestro padre nos amaban tantísimo, que por causa de eso, nos alimentaron de maldiciones. Así nacimos. Así somos. Inmortales maldiciones eternamente.
En la fotografía estaban los padres de Saint y él mismo. Pero ningún hermano llamado Ray.
—Oh, papá y mamá. Os echamos tanto en falta…
Saint cortó la fotografía por la mitad con una de sus uñas largas de tijera.
—Soy Drácula…
Un rayo cayó relumbrando la estancia. El espejo iluminó al verdadero Saint.
Era el Infierno.
—Mi gemelo Ray. Por culpa de nuestros padres, me aplicaron una alquimia prohibida. —Lanzó un suspiro—. Ray, te sacaron de mí. Eres mi gemelo interno y externo. Nunca tuve hermanos. Tú naciste de mi corazón por causa de esa maldita alquimia de nuestros padres porque deseaban que nunca muriésemos. Anhelaban que fuéramos inmortales… Y maldijeron mi cuerpo para que tú nacieras de mí, te extirparon de mí, pues querían un hermano para mí, pero mamá no podía tener más, y lo deseó tanto… que mira adónde hemos llegado, hermano mío. O mejor dicho: mi otro “yo”. Mi mitad. Mi alma gemela infernal.
Saint no tuvo nunca hermanos, solo que Ray era algo especial. Era una parte interna de Saint.
Era su mitad.
Almas partidas.
—Papá y mamá me extrajeron mi alma para nacer tú, Ray. Tú eres mi alma, pero te transformaste, por mi culpa más adelante, en un vampiro horrible. Como yo.
Lloró como un bebé.
—Eres un alma viva, Ray. Pero maldita. Por eso no tienes, sino que has mancillado la mía. Por eso estoy viejo y débil, porque me tienes el alma corrompida por tus ansias de poder. Te advertí que te cuidaras, que cuidaras mi alma, ¿y así me tratas? No tienes compasión de tu hermano.
Alzó la vista al frente.
—Pues yo tampoco la voy a tener contigo, alma mía. Ser mío.
Tronaron los espectros de la noche, Saint encendió el aparato de las almas, y se adentró a la pesadilla de Drácula.
De él mismo.
Saint cayó fulminado en un sueño eterno…





LOS EXILIOS DE UN MUERTO: ÚLTIMA PARTE

Saint estaba perdido en el mundo de su hermano, en sus sueños y pesadillas.
—¡Ray! ¡Vuelve a mí! —gritó Saint mientras la locura le atormentaba en el color amoratado de sus ahogos oníricos.
A la vez que Saint luchaba contra su hermano en la cabeza de éste, Samantha reducía los ejércitos de Ray en el castillo del Doctor.
—¡Vamos, pordioseros sarnosos! —rugió de ira Samantha al combatir como una heroína oscura contra el Mal—. ¡Demostradme lo que valéis!
La noche tormentosa en el castillo del Doctor ofrecía la contienda perfecta entre el Bien y el Mal. Brujas, licántropos y nigromantes bandidos se enfrentaban contra Samantha y sus tropas.
Mientras tanto, Saint se ocupaba de intimidar a su hermano cuando se adentraba más y más en su cabeza.
—¡Ray! ¡Dónde estás! —chilló Saint en los campos oníricos de los sueños y pesadillas de Ray.
El aparato atrapa-almas que le había regalado Drácula a Saint era un contraataque perfecto ahora mismo con el que el Doctor se avariciaba.
—¡Saint Yole, fuera de mi mente! —habló una voz autoritaria.
—¡Ray! ¡Debes tomar mi cuerpo!
—¡Olvídate de mí, traidor!
—¡Ray, basta ya!
De repente, una sombra gigantesca se llevó por delante al Doctor.
La lucha comenzó.
En el castillo nebuloso, Samantha yacía en peligros devastadores cuando unos licántropos la atormentaban.
—¡Ayuda, brujas malditas! ¡No me dejéis sola con éstos! —necesitó Samantha a unas hechiceras de su lado derecho.
Su orden fue escuchada y unas pitonisas fueron en su auxilio.
Una ráfaga de energías foscas arrasaron a los hostiles.
—Pereceréis todos en el Infierno, monstruos.
Y con esa saña maligna, Samantha continuó el asalto al castillo.
Saint estaba acorralado con dos Dráculas: su hermano Ray y él mismo.
¿Quién se tronaría vencedor?
—¡Ray! ¡No me obligues!
—¡A qué, hermano! ¡No tienes derecho a invadir mis planes!
—¡No puedes seguir haciendo lo que haces!
Un golpe fatal doblegó al Doctor cuando Ray le ofreció un puñetazo mágico en el estómago.
—Hermano —dijo Ray con una sonrisa poderosamente apocalíptica—, no deberías de enfrentarte al maravilloso Drácula.
—¡Tú no eres…! —Saint tosió sangre—. ¡Tú no eres Drácula! ¡Somos los dos!
—Bonita invención ese nombre… ¡Drácula! —Rió macabramente—. ¿De dónde lo sacaste? De la novela de un autor muy famoso.
—Basta, Ray.
—Pero, ¿sabes? Drácula te lo dejo a ti. Me gusta más llamarme Levoran: el vampiro único. —Se acercó tenebrosamente a Saint—. Bañaré la tierra de sangre, pervertiré el mundo y saciaré mi sed con el cosmos.
—No sabes lo que dices. Nuestro padre es…
—¿Nuestro? Yo no soy hijo de él, solo tú.
—Es el primer vampiro. Cómo osas mancillarle.
—Como te dije, no soy su hijo. Solo tú.
—Pero eres mi alma.
—Corrígete. Ya no soy tuya.
—Maldito…
—¿Cómo has dicho? Claro que estoy maldito.
En el castillo, Samantha había logrado la victoria.
El ejército de Ray había sucumbido.
—Triunfamos, muchachos —alabó Samantha a su equipo de monstruos.
Rápidamente, se dirigió a los aposentos de Ray Levoran.
Mientras tanto, en los mundos oníricos de Ray…
—Doctor Saint Yole, has traicionado mi lealtad y fidelidad. —Ray preparó sus garras de vampiro.
—Tú has traicionado mi fe.
—¿Por qué me resucitaste? Dímelo.
—No.
—Dímelo. —Le levantó la barbilla con una uña gigante y roja de sangre—. Vamos, Saint. Dímelo, dímelo, dímelo… —Acercó su rostro hasta tenerlo frente a frente al de Saint—. ¡Dímelo!
El grito que lanzó asustó a Saint.
—Te resucité porque te necesitaba.
La risa macabra que Ray soltó luego fue el hazme reír de él mismo.
—Qué penoso eres, Saint. El pobre Doctor.
—Vuelve a mí, Ray.
—No. ¿Y sabes una cosa? Deberías de amar a Samantha. Tu mujer me gusta mucho.
Al engrandecer la frase final Ray, Saint entró en palidez súbita y con ojos abiertos como esferas de oro perdido.
—¡La has…! —medio gritó el Doctor.
—¡Aleluya! —Rió Ray.
—¡Maldito monstruo!
Antes de dar unos pasos Saint a por Ray, volvió a caer desplomado en el piso por el profundo dolor del estómago.
—Así es, Saint. Samantha es tu mujer.
—Cómo has podido… —Su dolor se intensificaba—. Me has… Me has envenenado…
—Y pronto morirás.
—Ray, basta…
—Adiós, Doctor.
Saint cerró los ojos…
Samantha continuaba ascendiendo las escaleras del castillo mientras los rayos iluminaban a franjas los ventanales de los torreones bien decorados.
—Oh, no. Tengo un mal presentimiento… Oh, Saint… Ya llego, mi amor…
Corriendo como más se lo permitían sus piernas, decidió emplear algún conjuro volador.
Le aparecieron alas vampíricas para ir más rápido por las escaleras mientras el ejército le seguía a la zaga.
Y al romper una gran puerta al final del torreón principal…
—¡Ray! —gritó Samantha con palidez pronta.
Las puertas se cerraron y la tropa de Samantha no pudo penetrar a la estancia; los rugidos de las ayudas se escuchaban agónicos.
—Hola, querida —dijo Ray.
—¡Deberías de estar durmiendo! —Samantha tenía nervios a punto de estallar.
—¿Y por qué? La luna me gusta mucho…
—No hay luna, Ray. Cómo estás despierto… El sol te debería de asesinar…
De pronto, Samantha cayó en la cuenta.
—Oh, no… Saint…
—Tu cariñito Saint ya no existe.
—¿Qué le has hecho? —Empezaba a llover su corazón—. ¡Qué le has hecho, maldito monstruo!
Samantha se abalanzó a Ray con alas cortantes empezando una dura lucha, pero en pocos segundos fue avasallada por una ráfaga incesante de vientos afilados, quedando martirizada en el suelo y llena de sangres… de Saint.
—No, no, no, no… No vuelvas a hacer eso, querida. —Ray se acercó al cuerpo devastado de Samantha, la agarró por el pescuezo y la besó en los labios—. ¿Sabes que te quiero mucho?
Samantha le escupió en el rostro diabólico.
Ray gruñó.
—Qué regalo tan bonito de bienvenida —dijo Ray, sonriente.
Los ahorcamientos que Samantha sufría eran estallantes. Iba a perecer de pie.
—Se acabó, bruja.
Pero antes de retorcer finalmente el cuello de la mujer, Ray sintió un golpe fatal en el estómago y tuvo que soltar a Samantha de golpe.
Ella quedó aliviada en el suelo recuperándose poco a poco.
—¡Maldición! ¡Qué ocurre! —rugió Ray mientras se contorsionaba con dolores intensos en su estómago.
Samantha respiraba agitadamente mientras todo su voluptuoso cuerpo ensangrentado cobraba de nuevo vitalidad.
—Saint… Saint está vivo dentro de Ray… —murmuró Samantha al incorporarse de nuevo cual valiente mujer.
Ray no dejaba de entumecerse de agonías interiores.
—¡Se acabó, Ray! ¡Entra en Saint! —tronó Samantha.
La heroína se abalanzó a Ray en flecha preparando en el aire el golpe final.
—¡Regresa a la vida, Saint Yole!
Y con las palabras mágicas, Samantha ensartó su brazo derecho en el corazón de Ray.
El gobierno de voz que expulsó Ray de su garganta al sentir al reconversión de su cuerpo espectral uniéndose al de Saint, fue el final de una negra era… y el inicio de una nueva.
Una blanca.
***
Los días venideros eran espectaculares. Un sol radiante entregaba a las gentes felicidad incomparable.
Saint Yole era un hombre nuevo. Su cuerpo, mente, corazón y espíritu estaban rejuvenecidos como si hubiera logrado la Pócima de la Lozanía… y la del Amor y Pasión.
—Saint… —dijo Samantha con voz dulcemente angelical cuando se acercó al Doctor por la espalda. Al horizonte se podía ver un paisaje espectacular desde el balcón donde estaban ambos personajes.
Saint se giró hacia ella con una sonrisa imborrable y atrayente.
—Saint, hoy hemos nacido algo hermoso. —Samantha le enseñó un retoño.
—Oh, cariño…
Las lágrimas del nuevo Saint rebosaban de prosperidad.
—Nuestro hijo, Saint. Nuestro fruto. Nuestra vida. —Samantha lagrimaba de bienestar y dicha—. Saluda a tu papá, hijo mío.
—Hola, Claive Yole —dijo Saint con emoción.
Asintiendo Saint su amor eterno y sujetando al bebé, luego el beso perfecto los llevó al cielo.
A Dios.
Samantha y Saint: padres del nuevo Drácula.
El Ángel de la Vida Eterna.

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