El Doctor Saint Yole era un hombre solitario,
vagabundo de laboratorios, enamorado de sí mismo y perturbado hasta las
trancas. Su cerebro de metal humano estaba más plano que las camillas de los
hospitales encantados. Sus manos parecían tijeras, y su rostro, un muerto.
Encrespando a las gallinas negras (cuervos de nueva
era), Saint caminaba sin rumbo por los cementerios de su vida.
«Querida mía, ¿por qué me has abandonado tan pronto?»,
pensó mientras la voz era la tormenta de la noche tétrica.
Triste, nostálgico y melancólico, todavía estaba “muy
alegre”.
«Amor mío… Quiero morir contigo. ¿Por qué te has
ido?».
Después lanzó un rugido tempestuoso que hasta los
pequeños satanases de los infiernos temblaron al ritmo de los rayos y los
esqueletos de la Nocturnal; parecían danzar como memas marionetas manejadas por
Drácula.
De hecho, Drácula estaba a un par de metros de Saint
regando su jardín sin hojas.
¿Quién iba a hacer tal trabajo si no había
plantitas?
Saint sabía la respuesta.
—¿Regando almas? —preguntó Saint al acercarse a
Drácula, que medía más de dos metros de altura, además de ser muy fuerte.
—Mientras tanto tú me las segas.
—Dame mi paga semanal.
—Aquí tienes.
Al tenderle Drácula el dinero a Saint, éste se lo
quedó mirando con su mano derecha de tijeras.
—¿Nada más que este poco? ¿Estás loco, Drácula? —Su
tono de voz era bastante amenazador.
—Yo no estoy loco. Aquí el único loco eres tú. —Su
garganta perjuraba el Infierno. Atemorizaba hasta a los fantasmas, pero a Saint
no le perturbaba.
—Oh, ya lo creo, pero no tanto como para aceptar
esto. —Le tiró a la vestimenta ensangrentada el dinero mal adquirido—. Esto no
me da para mis herramientas.
—¿Herramientas? ¿Llamas herramientas de trabajo a
tus manos de tijera? Por favor. —Chasqueó la lengua con un suspiro irritante.
—¿Sabes que podría cortarte la inmortalidad de un
tajo? No me tientes.
Al oír eso Drácula por el Doctor Saint, quedó sin
voz pero refunfuñando.
—Ojalá no te hubiera encontrado, Saint Yole —dijo
Drácula con ira impotente.
—Rectifica, yo te encontré y mataste a mi mujer.
—Necesitaba vivir y ella fue…
—¿Tu primer plato? Maldito ser. Te debería de cortar
las venas ahora mismo.
—Hazlo y no vivirás con esto.
Drácula le enseñó una poción agitándola con burla.
—Doctor Saint, te lo dejaré bastante claro. Tú a mí
no me gustas y yo a ti tampoco, por lo que ambos queremos lo mismo: tú trabajas
para mí y yo para ti.
—Pues págame más de lo que me has dado.
—No puedo, por eso te di lo que te di. Me he tenido
que gastar el resto en nuevas armas.
Mientras hablaban, se dirigían al interior de un
panteón bastante iluminado por la tormenta.
—¿En qué te has gastado mi dinero, si se puede
saber? —preguntó Saint con gran enfado.
—En esto que te quiero enseñar.
Al encender unas luces diurnas, Saint se maravilló.
—¿Qué es…?
—¿Sorprendido, querido Doctor? ¿A que es mejor que
lo que esperabas que te pagara?
—Oh, sí. —Babeaba como un demente.
—¿Necesitas una toalla, amigo? Me vas a manchar el
traje con saliva. —Hizo una mueca de repugnancia.
—¿Para qué sirve esa cosa que tenemos delante? ¿Es
una máquina de algún tipo?
—Así es. Con ella yo obtendré lo que quiero:
gobernar el mundo con mi ejército.
—Eso significa…
—Tú ganarás un montón de dinero con el que podrás
resucitar a tu doncella. Tú obtendrás lo que deseas y yo lo que quiero con esta
maravilla mecánica.
—Oh… Así que segaría almas con esta cosa enorme.
—Perfecto, amigo mío. —Encendió el artefacto grande,
que era del tamaño de dos personas adultas—. El funcionamiento es sencillo:
enciendes aquí, se abre un portal, entras y me traes las almas.
—¿Una máquina de los sueños?
—De las pesadillas. Crearás muchas pesadillas al
inocente al que vayas a segarle el alma.
—Oh, entiendo.
—Pues amigo, en marcha. Tengo mucha sangre que
derramar por el planeta.
Y con una carcajada macabra, Drácula desapareció con
sus aves malditas.
Mientras tanto y observando la máquina de las
pesadillas…
—Amor mío, ya falta poco…
…, la voz de Saint le segó su propia alma…, que se
llevó su esposa al Infierno.
LOS EXILIOS DE UN MUERTO: SEGUNDA PARTE
LOS EXILIOS DE UN MUERTO: SEGUNDA PARTE
Una destinada a ser
emperatriz de la burocracia vampírica, yacía muerta en la cama.
Así eran todas las
destinadas: abiertas en canal de par en par, con una lanza empalándolas desde
el origen de sus intimidades hasta salir la punta de la lanza por la boca, y
crucificadas en los barrotes de las camas.
Así hacía el
Doctor Saint Yole cuando iba a cazar almas… Pero no para Drácula, sino para él.
«Amor mío… Me
recuerdas tanto…», pensó Saint.
El cuarto desnudo
de vida estaba lleno de entrañas y sangres por todas partes. El Doctor recogía
los desperdicios con un aparato extraño para no dejar huella de sus crímenes.
Crímenes personales.
Estaba loco.
Loco de atar
amores muertos.
Aparte de dar
almas a Drácula, segaba las de mujeres vampiresas jóvenes para sí mismo, pues
le recordaban a su querida esposa…
«Mirana, quiero
morir contigo».
Acabado el
trabajo, Saint abandonó la habitación de una destinada muerta más a su lista.
—Debo de llevarle
a Drácula tres almas más que he logrado, además de una para mi colección —dijo
Saint al salir de la casa por el aparato de los sueños que Drácula le había
enseñado a usar.
Las calles de
Marimplane estaban desérticas pero llenas de la naturaleza. Lluvia estridente,
duendes jactándose de rabietas con los perros, niños chillando sus terrores al
ser perseguidos por brujas —que más de una ya tenía el estómago lleno de críos—,
fulanas hinchiéndose con palurdos babosos, y Saint; él sí que era una
naturaleza andante, pero muerta.
Los edificios
negros cantaban las injurias que hacía Saint con su expresión de “santo”.
—Ya falta poco,
Mirana. Ya falta…
Antes de terminar
de hablar Saint, un inesperado encontronazo tuvo lugar frente a él.
—Hola, guapo —dijo
una voz femenina muy seductora.
—Tú… ¿Qué pintas
aquí? Vete a robar corazones. Es lo que haces siempre. —Saint se puso muy
nervioso.
—Oh, el tuyo sí
que me gustaría robar. —Se acercaba a él con taconeo sensualmente arrebatador.
Su vestido escarlata coincidía con su peinado de sirena de volcanes perversos—.
Dime una cosa, ¿más almas? ¿Por qué no trabajas para mí en vez de a ese
desgraciado vampiro?
—Ese desgraciado
vampiro me da lo que deseo.
—¿Sí? ¿Te da
placer? No creo que más del que yo te deseo. —Le lamió una oreja mientras
enseñaba los dientes de tigresa chupasangre… O chupa…
Saint se intentaba
contener.
—Basta, bruja. —La
empujó bruscamente—. Tus despechadas tentaciones no van conmigo.
—¿Por qué no? —Se
relamió los labios de sangre templada. Probablemente de anteriores asesinatos.
—Eres la mujer de…
—No soy la mujer
de mi marido.
—Drácula te…
—No, no me ama.
—Parece feliz
contigo.
—¿Feliz? Ese
hombre no es feliz ni consigo mismo. —Lanzó un suspiro ardientemente apenado—.
No le des más almas.
—¿Qué?
—Te va a dejar en
la estacada como me hizo a mí una vez.
—El me prometió…
—¿La inmortalidad?
¿Resucitar lo que tanto anhelas? ¿A Mirana? Eres patético.
—No vuelvas a
pronunciar el nombre de mi difunta mujer.
—¿Y por qué? Aquí
tú eres el doctor, no mi marido. ¿Por qué trabajas para él? No tienes ni idea
de con quién tratas.
—Oh, sí que la
tengo. Con alguien que odia las mujeres como tú.
Boquiabierta la
vampiresa, Saint prosiguió su destino sin mirar atrás, adonde una mujer yacía
de pie con el corazón —si tuviera— partido en millones de pedazos.
—¡Drácula no quiere
nada contigo! ¡Siempre ha sido un vampiro único sin piedad ni pactos con nadie!
—gritó de lejos la vampiresa. Y luego, un chillido de bruja maldita.
Un niño asustadizo
corría sin freno hacia ninguna parte hasta que tropezó con Saint.
—¡Socorro,
socorro! —rugía el chavalín de corta edad.
Saint se lo quedó
mirando mientras atisbaba que una bruja iba de caza infantil.
Al toparse de
lleno con Saint, la bruja se horrorizó.
—Ah, vaya. Doctor
Saint… —dijo con voz dulcemente traidora.
—¿Nos conocemos? —preguntó
Saint con gesto iracundo.
—Ehm… No, pero es
muy famoso por aquí.
—Ya veo.
De repente, el
Doctor le asestó una puñalada a la bruja con una de sus manos tijeras.
Y en un bramido
agónico, la hechicera pereció de pie ante el poder de Saint.
—Bruja querida, tú
me servirás para jugar con Drácula —dijo Saint con sonrisa maquiavélica.
El niño ahora
temía más al doctor que a la bruja. Corrió sin destino.
Saint se cobró un
alma más, pero maligna, con la que travesear a Drácula.
—Si es cierto que
tu mujer, Drácula, me dice la verdad, tendremos que cambiar de planes. —Se
guardó el alma de la bruja en un cofre que tenía en su bolso de metal maleable—.
Esposa de Drácula y primera destinada a la burocracia vampírica. Fuiste mal
parida y mal elegida, pero pronto sabré si ambos sois de fiar o ninguno miente.
LOS EXILIOS DE UN MUERTO: TERCERA
PARTE
Saint
estaba convencido de que Drácula y Samantha (mujer del vampiro jefe) le
engañaban. Y solo había una manera de saberlo... Aunque Saint ya lo sabía.
En
los balcones del castillo del Doctor...
—¡No!
¡Lo sabía! —dijo Saint al ver lo que esperaba: traición.
Drácula
partía hacia una ciudad en busca de sangre y almas, con el ejército de
monstruos de Saint.
—Te
lo dije, doctor estúpido —habló una voz familiar para Saint.
—Qué
intentáis los dos, Samantha. Y no es una pregunta. —Saint estaba encolerizado.
—¿Yo?
Nada, pero Drácula sí. —Se acercó a Saint con sensuales movimientos—. Te dije
que era un traidor. Él nunca me quiso.
—Me
tiene que...
—¿Te
tiene qué, Saint? ¿Pagar? Nunca lo hará. Tampoco te va a devolver a tu mujer.
—Lo
hará.
—Pobre
corderito desgraciado. —Rió a carcajadas—. Saint, no sigas con esa fe tuya.
Está maldita.
—Todos
lo estáis.
—Cierto,
pero no locos como tú. O al menos Drácula sí y tú.
—Yo
lo estoy por amor, y él por guerra.
—Tú
ya estabas loco desde que perdiste a tu mujer. ¿Por qué no admites de una vez
que Lucifer se la llevó? Deja de segar almas para ti en recuerdo de tu esposa.
Ni yo lo haría. Y eso que soy perversa.
—Lo
necesito...
—¿El
qué? ¿Vivir entre lágrimas de sangre? Mejor decir que te son diamantes de
sangre esas almas tuyas en recuerdo de tu mujer. —Suspiró hondamente—. Eres un
crío buscando caramelitos porque perdiste a tu gran piruleta. Abre los ojos,
Doctor. Sigues ciego. —Le guió la mirada al batallón lejano ya de Drácula—. Mira
a ese ser de allí. ¿Sabes por qué se llama Drácula? Tú le pusiste ese nombre
por una novela muy famosa de este mundo.
—Ese
de allí es un vampiro horrendo.
—Eso
de allí es tu hermano, Saint. Lo resucitaste por dolor fraternal y ahora
intentas hacer lo mismo con tu mujer. ¿Acaso quieres convertirla en Draculina? Tendría
su gracia. Tu hermano ya no te va a pagar porque te está haciendo un gran
favor: no cometer el mismo error que hiciste con él, ahora con tu esposa
difunta.
Saint
no había caído en esa verdad de Samantha.
—Escucha,
Saint. Tu hermano, al que tú has llamado Drácula, se llama Ray Levoran Yole, y
no, no es el primer vampirito. El primer vampiro es tu padre Soulern Yole. Tú
mismo incluso eres un vampiro.
Saint lagrimaba débilmente.
—Saint,
no sé lo que va a pasarte, pero sí sé una cosa segura: que Drácula no va a
parar.
—Ni
yo tampoco.
LOS
EXILIOS DE UN MUERTO: CUARTA PARTE
La urbanización
estaba totalmente anegada en olvido, ruinas, destrozos y lloros. Poca gente
quedaba rezando en lágrimas en las aceras de los pueblos mientras Saint andaba
con paso robustamente entregado a la pena.
—Cómo has podido
hacer algo así, Drácula —dijo Saint al seguir su rumbo perdido por las “alegrías”
del suburbio—. Mejor dicho: Ray.
El nombre de su
hermano, el verdadero, estaba realmente loco de vampirismo como el que poseía
Saint.
—Esto ya ha
llegado demasiado lejos, Drácula. Cómo he podido caer en tu trampa, hermano.
Los pozos de la
maldición de las almas en pena yacían flotando en los aires de las gentes
desplomadas en lluvias de ángeles caídos sobre el corazón de Saint.
—Has arrasado con
todo…
Saint estaba
paralizado ante tamaña crueldad de su hermano.
Frenó su avance
para contemplar a un hombre debatiéndose entre recoger las “salchichas” de su
vientre o dejarse fallecer de una vez como un perro sarnoso.
—Oh, Dios… —masculló
Saint al verlo agónicamente devastado en sangre y entrañas.
“Dios”, había
dicho Saint. Ese nombre tan religiosamente inédito no tenía cabida en su cabeza
desde hace muchísimo tiempo atrás. Solo lo había nombrado cuando murió su
esposa. Y ahora, lo iba a condenar sobre Drácula.
—Drácula, Dios
caerá sobre ti por mi venganza.
Y así lo hizo.
Intentando sanar
al hombre destripado, Saint no pudo hacer nada más que observar cómo el alma
del pobre varón se esfumaba.
—Amigo mío, te
prometo que tu alma irá a un lugar feliz —dijo Saint con una leve sonrisa.
Esta iba a ser la
primera vez que no capturaría un alma.
Dejó que Dios actuara
por fin sobre Saint.
Un nuevo doctor.
El Doctor de la
Vida, en vez del de la Muerte.
—Vaya, Saint —dijo
la voz de Samantha al estar detrás del Doctor.
—Qué quieres
ahora.
—Tranquilo,
hombre. No te enfades. —Se acercó mucho a él por su lado izquierdo—. ¿Te estás
dejando llevar por la Divinidad? No está mal.
—No hables de algo
que no te incumbe.
—Ya lo creo que
sí, Saint, pues si no lo sabes, no me satisface nada seguir siendo lo que soy.
—¿Y qué eres? Lo
que tengas es malvado: una vampiresa, una diablesa, una bruja y una mujer
perversa. No tienes nada de bueno.
—Mmm… Cierto, pero
podría sorprenderte.
—Demuéstramelo.
—Te ayudaré a
frenar a tu hermano.
—No necesito tu
ayuda.
—Oh, sí. La
necesitas. —Le acarició un hombro.
Saint sintió un
extraño roce muy familiar de Samantha.
«Es parecido al de
mi difunta mujer… Oh, Mirana… Te necesito tanto…».
—No necesito tu
ayuda maldita —insistió Saint.
—De acuerdo. No te
obligaré. —Desistió de seguir “amando” a Saint—. Pero no podrás con Drácula tú
solo.
—Sé más de él de
lo que piensas. Soy su creador.
—Y yo su asqueroso
juguetito. ¿Nos vamos a poner a ver quién sabe más de él o nos ponemos en serio
contra él?
Saint suspiró.
—¿Y en qué me vas
a ayudar, Samantha?
—Muy fácil. Ahora
que ha arrasado este pueblo de mendigos…
—Cuidado con lo
que sueltas por esa boca. No es un pueblo de mendigos.
—Vale, vale.
Perdona. A lo que iba es que como tu hermano ya está contentito, será
vulnerable para atraparlo.
—Sé cómo atraparlo
pero me preocupa más mi ejército. Me lo ha robado y es muy poderoso.
—Oh, no tanto. —Samantha
sonrió maliciosamente—. Tus licántropos y brujas no son nada para mí.
—No sé si lo que
has dicho es bueno o malo.
—Es bueno. —Rió al
final.
—Ya… Lo que tú
digas.
—Yo puedo ocuparme
de tu ejército mientras tú atrapas a Drácula con su propia medicina.
—¿Qué?
—El aparato que te
regaló, ¿cómo se llama? ¿No es un caza-almas? Empléalo contra él.
—Mi hermano no
tiene alma. Utilicé una alquimia sin esencia con la que restaurar su cuerpo. De
esa forma resucitó.
—No estoy diciendo
que le robes un alma que no tiene, si no que le inyectes una.
—¿Una? ¿Qué?
—Que le hagas una
pesadilla insertándole un alma. Pero no un alma cualquiera.
Saint empezaba a
sentir extrañas frustraciones en su cabeza de alquímico indomable.
—Saint, mírate.
Estás viejo. Posees un cuerpo inmortal a punto de ir al cementerio.
—Tú lo has dicho.
Soy inmortal, por tanto…
—Los inmortales
mueren si no se cuidan. Y tú no te cuidas.
—Yo…
—Saint. —Le
acarició el rostro.
Otra vez el Doctor
sentía una rareza bastante potente en las ternuras de Samantha; algo que le
hacía percibirse muy querido por una dama peligrosa.
—Saint, necesitas
un cuerpo nuevo.
—¿Insinúas que descanse
en el de mi hermano?
—Saint, tu hermano
ya está muerto. Sigue estando muerto en el nicho de tu familia. Lo que has
resucitado ha sido su vampirismo, no su cuerpo, mente, corazón y alma enteros.
La alquimia no resucita esas cuatro perfecciones humanas, sino una
inmortalidad. La alquimia es inmortalidad, por tanto de la esencia de tu
hermano le causaste una inmortalidad paralela.
—Inmortalidad
paralela…
—Para ser un
alquímico maestro sabes menos de lo que deberías saber. —Sonrió—. Saint, tu
hermano, como te dije, sigue muerto. Nunca lo has revivido, solo su vampirismo.
Algo muy peligroso. Así que no es tu hermano lo que ha arrasado el pueblo y
mató a tu mujer, sino un ser malvado. Un cuerpo perfecto e inmortal para…
—Para mí…
—Parece que lo vas
entendiendo. Si quieres continuar con resucitar a tu mujer, adelante, no te lo
voy a impedir, pero creo que no deberías de cometer ese mismo error que hiciste
con Drácula.
—Tienes razón.
—¿En qué?
—En que me llamo
Drácula.
LOS
EXILIOS DE UN MUERTO: QUINTA PARTE
Saint descansaba
en una parte de su laboratorio alejado del mundo entero nocturno y tormentoso.
—Me llamo Drácula…
—susurró al viento exento de aire triunfante.
Bebiendo una copa
de agua roja, que parecía sangre o vino entintado de entrañas, Saint murmuraba
pensamientos a las lluvias de sus ojos y del clima tempestuoso.
—Me llamo Drácula…
Se miró al espejo
que tenía a la derecha.
—Soy Drácula…
Su cuerpo inmortal
estaba para el arrastre. No tenía fuerzas, solo una imagen tan débil que
únicamente su inteligencia de doctor alquímico le hacía sentirse joven por
siempre… O por nunca.
—Necesito ser
Drácula…
Agarró una
fotografía de cuando era un chaval y empezó a llorar.
—Nuestra madre y
nuestro padre nos amaban tantísimo, que por causa de eso, nos alimentaron de
maldiciones. Así nacimos. Así somos. Inmortales maldiciones eternamente.
En la fotografía
estaban los padres de Saint y él mismo. Pero ningún hermano llamado Ray.
—Oh, papá y mamá.
Os echamos tanto en falta…
Saint cortó la
fotografía por la mitad con una de sus uñas largas de tijera.
—Soy Drácula…
Un rayo cayó
relumbrando la estancia. El espejo iluminó al verdadero Saint.
Era el Infierno.
—Mi gemelo Ray.
Por culpa de nuestros padres, me aplicaron una alquimia prohibida. —Lanzó un
suspiro—. Ray, te sacaron de mí. Eres mi gemelo interno y externo. Nunca tuve
hermanos. Tú naciste de mi corazón por causa de esa maldita alquimia de
nuestros padres porque deseaban que nunca muriésemos. Anhelaban que fuéramos
inmortales… Y maldijeron mi cuerpo para que tú nacieras de mí, te extirparon de
mí, pues querían un hermano para mí, pero mamá no podía tener más, y lo deseó
tanto… que mira adónde hemos llegado, hermano mío. O mejor dicho: mi otro “yo”.
Mi mitad. Mi alma gemela infernal.
Saint no tuvo
nunca hermanos, solo que Ray era algo especial. Era una parte interna de Saint.
Era su mitad.
Almas partidas.
—Papá y mamá me
extrajeron mi alma para nacer tú, Ray. Tú eres mi alma, pero te transformaste,
por mi culpa más adelante, en un vampiro horrible. Como yo.
Lloró como un
bebé.
—Eres un alma
viva, Ray. Pero maldita. Por eso no tienes, sino que has mancillado la mía. Por
eso estoy viejo y débil, porque me tienes el alma corrompida por tus ansias de
poder. Te advertí que te cuidaras, que cuidaras mi alma, ¿y así me tratas? No
tienes compasión de tu hermano.
Alzó la vista al
frente.
—Pues yo tampoco
la voy a tener contigo, alma mía. Ser mío.
Tronaron los
espectros de la noche, Saint encendió el aparato de las almas, y se adentró a
la pesadilla de Drácula.
De él mismo.
Saint cayó
fulminado en un sueño eterno…
LOS EXILIOS DE UN
MUERTO: ÚLTIMA PARTE
Saint estaba perdido en el mundo de su hermano, en
sus sueños y pesadillas.
—¡Ray! ¡Vuelve a mí! —gritó Saint mientras la locura
le atormentaba en el color amoratado de sus ahogos oníricos.
A la vez que Saint luchaba contra su hermano en la
cabeza de éste, Samantha reducía los ejércitos de Ray en el castillo del
Doctor.
—¡Vamos, pordioseros sarnosos! —rugió de ira
Samantha al combatir como una heroína oscura contra el Mal—. ¡Demostradme lo
que valéis!
La noche tormentosa en el castillo del Doctor
ofrecía la contienda perfecta entre el Bien y el Mal. Brujas, licántropos y
nigromantes bandidos se enfrentaban contra Samantha y sus tropas.
Mientras tanto, Saint se ocupaba de intimidar a su
hermano cuando se adentraba más y más en su cabeza.
—¡Ray! ¡Dónde estás! —chilló Saint en los campos
oníricos de los sueños y pesadillas de Ray.
El aparato atrapa-almas que le había regalado
Drácula a Saint era un contraataque perfecto ahora mismo con el que el Doctor
se avariciaba.
—¡Saint Yole, fuera de mi mente! —habló una voz
autoritaria.
—¡Ray! ¡Debes tomar mi cuerpo!
—¡Olvídate de mí, traidor!
—¡Ray, basta ya!
De repente, una sombra gigantesca se llevó por
delante al Doctor.
La lucha comenzó.
En el castillo nebuloso, Samantha yacía en peligros
devastadores cuando unos licántropos la atormentaban.
—¡Ayuda, brujas malditas! ¡No me dejéis sola con
éstos! —necesitó Samantha a unas hechiceras de su lado derecho.
Su orden fue escuchada y unas pitonisas fueron en su
auxilio.
Una ráfaga de energías foscas arrasaron a los
hostiles.
—Pereceréis todos en el Infierno, monstruos.
Y con esa saña maligna, Samantha continuó el asalto
al castillo.
Saint estaba acorralado con dos Dráculas: su hermano
Ray y él mismo.
¿Quién se tronaría vencedor?
—¡Ray! ¡No me obligues!
—¡A qué, hermano! ¡No tienes derecho a invadir mis
planes!
—¡No puedes seguir haciendo lo que haces!
Un golpe fatal doblegó al Doctor cuando Ray le
ofreció un puñetazo mágico en el estómago.
—Hermano —dijo Ray con una sonrisa poderosamente
apocalíptica—, no deberías de enfrentarte al maravilloso Drácula.
—¡Tú no eres…! —Saint tosió sangre—. ¡Tú no eres
Drácula! ¡Somos los dos!
—Bonita invención ese nombre… ¡Drácula! —Rió
macabramente—. ¿De dónde lo sacaste? De la novela de un autor muy famoso.
—Basta, Ray.
—Pero, ¿sabes? Drácula te lo dejo a ti. Me gusta más
llamarme Levoran: el vampiro único. —Se acercó tenebrosamente a Saint—. Bañaré
la tierra de sangre, pervertiré el mundo y saciaré mi sed con el cosmos.
—No sabes lo que dices. Nuestro padre es…
—¿Nuestro? Yo no soy hijo de él, solo tú.
—Es el primer vampiro. Cómo osas mancillarle.
—Como te dije, no soy su hijo. Solo tú.
—Pero eres mi alma.
—Corrígete. Ya no soy tuya.
—Maldito…
—¿Cómo has dicho? Claro que estoy maldito.
En el castillo, Samantha había logrado la victoria.
El ejército de Ray había sucumbido.
—Triunfamos, muchachos —alabó Samantha a su equipo
de monstruos.
Rápidamente, se dirigió a los aposentos de Ray
Levoran.
Mientras tanto, en los mundos oníricos de Ray…
—Doctor Saint Yole, has traicionado mi lealtad y
fidelidad. —Ray preparó sus garras de vampiro.
—Tú has traicionado mi fe.
—¿Por qué me resucitaste? Dímelo.
—No.
—Dímelo. —Le levantó la barbilla con una uña gigante
y roja de sangre—. Vamos, Saint. Dímelo, dímelo, dímelo… —Acercó su rostro
hasta tenerlo frente a frente al de Saint—. ¡Dímelo!
El grito que lanzó asustó a Saint.
—Te resucité porque te necesitaba.
La risa macabra que Ray soltó luego fue el hazme
reír de él mismo.
—Qué penoso eres, Saint. El pobre Doctor.
—Vuelve a mí, Ray.
—No. ¿Y sabes una cosa? Deberías de amar a Samantha.
Tu mujer me gusta mucho.
Al engrandecer la frase final Ray, Saint entró en
palidez súbita y con ojos abiertos como esferas de oro perdido.
—¡La has…! —medio gritó el Doctor.
—¡Aleluya! —Rió Ray.
—¡Maldito monstruo!
Antes de dar unos pasos Saint a por Ray, volvió a
caer desplomado en el piso por el profundo dolor del estómago.
—Así es, Saint. Samantha es tu mujer.
—Cómo has podido… —Su dolor se intensificaba—. Me
has… Me has envenenado…
—Y pronto morirás.
—Ray, basta…
—Adiós, Doctor.
Saint cerró los ojos…
Samantha continuaba ascendiendo las escaleras del
castillo mientras los rayos iluminaban a franjas los ventanales de los
torreones bien decorados.
—Oh, no. Tengo un mal presentimiento… Oh, Saint… Ya
llego, mi amor…
Corriendo como más se lo permitían sus piernas,
decidió emplear algún conjuro volador.
Le aparecieron alas vampíricas para ir más rápido
por las escaleras mientras el ejército le seguía a la zaga.
Y al romper una gran puerta al final del torreón
principal…
—¡Ray! —gritó Samantha con palidez pronta.
Las puertas se cerraron y la tropa de Samantha no
pudo penetrar a la estancia; los rugidos de las ayudas se escuchaban agónicos.
—Hola, querida —dijo Ray.
—¡Deberías de estar durmiendo! —Samantha tenía
nervios a punto de estallar.
—¿Y por qué? La luna me gusta mucho…
—No hay luna, Ray. Cómo estás despierto… El sol te
debería de asesinar…
De pronto, Samantha cayó en la cuenta.
—Oh, no… Saint…
—Tu cariñito Saint ya no existe.
—¿Qué le has hecho? —Empezaba a llover su corazón—.
¡Qué le has hecho, maldito monstruo!
Samantha se abalanzó a Ray con alas cortantes
empezando una dura lucha, pero en pocos segundos fue avasallada por una ráfaga
incesante de vientos afilados, quedando martirizada en el suelo y llena de
sangres… de Saint.
—No, no, no, no… No vuelvas a hacer eso, querida. —Ray
se acercó al cuerpo devastado de Samantha, la agarró por el pescuezo y la besó
en los labios—. ¿Sabes que te quiero mucho?
Samantha le escupió en el rostro diabólico.
Ray gruñó.
—Qué regalo tan bonito de bienvenida —dijo Ray,
sonriente.
Los ahorcamientos que Samantha sufría eran
estallantes. Iba a perecer de pie.
—Se acabó, bruja.
Pero antes de retorcer finalmente el cuello de la
mujer, Ray sintió un golpe fatal en el estómago y tuvo que soltar a Samantha de
golpe.
Ella quedó aliviada en el suelo recuperándose poco a
poco.
—¡Maldición! ¡Qué ocurre! —rugió Ray mientras se
contorsionaba con dolores intensos en su estómago.
Samantha respiraba agitadamente mientras todo su
voluptuoso cuerpo ensangrentado cobraba de nuevo vitalidad.
—Saint… Saint está vivo dentro de Ray… —murmuró
Samantha al incorporarse de nuevo cual valiente mujer.
Ray no dejaba de entumecerse de agonías interiores.
—¡Se acabó, Ray! ¡Entra en Saint! —tronó Samantha.
La heroína se abalanzó a Ray en flecha preparando en
el aire el golpe final.
—¡Regresa a la vida, Saint Yole!
Y con las palabras mágicas, Samantha ensartó su
brazo derecho en el corazón de Ray.
El gobierno de voz que expulsó Ray de su garganta al
sentir al reconversión de su cuerpo espectral uniéndose al de Saint, fue el
final de una negra era… y el inicio de una nueva.
Una blanca.
***
Los días venideros eran espectaculares. Un sol
radiante entregaba a las gentes felicidad incomparable.
Saint Yole era un hombre nuevo. Su cuerpo, mente,
corazón y espíritu estaban rejuvenecidos como si hubiera logrado la Pócima de
la Lozanía… y la del Amor y Pasión.
—Saint… —dijo Samantha con voz dulcemente angelical cuando
se acercó al Doctor por la espalda. Al horizonte se podía ver un paisaje
espectacular desde el balcón donde estaban ambos personajes.
Saint se giró hacia ella con una sonrisa imborrable
y atrayente.
—Saint, hoy hemos nacido algo hermoso. —Samantha le
enseñó un retoño.
—Oh, cariño…
Las lágrimas del nuevo Saint rebosaban de
prosperidad.
—Nuestro hijo, Saint. Nuestro fruto. Nuestra vida. —Samantha
lagrimaba de bienestar y dicha—. Saluda a tu papá, hijo mío.
—Hola, Claive Yole —dijo Saint con emoción.
Asintiendo Saint su amor eterno y sujetando al bebé,
luego el beso perfecto los llevó al cielo.
A Dios.
Samantha y Saint: padres del nuevo Drácula.
El Ángel de la Vida Eterna.