El ser humano siempre se ha movido por representar del mundo lo que su imaginación es capaz de replicar, o inventar. Nuestro cerebro está configurado para retratar ídolos y símbolos de una manera voluntaria. La escultura es una de las bellas artes consideradas como la esencia mágica del “músculo humano”, es decir, logra calcar a la perfección la fisionomía del cuerpo en un “trozo de piedra”.
El empleo de la
escultura data desde la Prehistoria, donde las gentes de aquella era motivaban a sus
personajes religiosos mediante figuritas de distintos materiales, todo con un
significado ritual. Estos cultos pasaron de ser tal para considerarse meras
decoraciones, hasta que fueron rechazados por algunos hombres importantes de la
Historia, como Moisés, por ser una falsa
adoración a un dios inexistente.
Este arte se
informa desde el Paleolítico, época en la que el ser humano ya trabajaba herramientas,
aunque demasiado rústicas. Se usaba una piedra contra otra para formar un
bifaz, utensilio capaz de cortar y tratar materiales. Y, gracias a esto, logró hacer
las primeras esculturas en miniatura, hechas de marfil o de otros elementos y
con formas humanas y animales. Una destacable es la Venus
de Willendorf (24.000-20.000 a.C.).
Tras el
descubrimiento de los metales en la Era de Hierro, los
celtas consiguieron transformar estas labores
en algo más “profesionales”. Recapitulaban imágenes de la naturaleza en sus
espadas, escudos y accesorios. Aprendieron la cultura
del Tène. A partir de aquí, empezaron a tomar mejor precisión en los
cortes trabajando la madera, piedra, bronce y hierro.
La escultura sumaria es probablemente la cuna de la Edad
Antigua. Sus obras estaban decoradas con vestimentas por rangos
correspondientes a jerarquías sociales, mientras que el desnudo lo empleaban
solo para aquellos personajes caídos en combate. Estaban hechas de arcilla,
pero también expandieron el uso del ladrillo ornamentado y otros materiales por
el resto de mundo. Unos ejemplos de este arte se muestran en el palacio de Persépolis y en el Palacio
Real de Susa (404 - 359 a.C.).
Los egipcios trataban más la piedra para sus esculturas, que estaban
dedicadas a sus dioses. También en cultos a los difuntos fabricaban estatuillas
donde guardar los órganos de sus muertos. Igualmente consiguieron alzarse como
los reyes del mundo con estatuas gigantes en amor a sus deidades, faraones y
templos majestuosos. Un ejemplo de esto se puede contemplar en Petra, yacimiento arqueológico del que se sabe que
fue fundado a finales del siglo viii a.C. Sin embargo, las esculturas de los egipcios
no eran dinámicas, sino estáticas con las extremidades pegadas al cuerpo y con
falta de detalle. De sus obras para personajes importantes destaca el busto de Nefertiti (1345 a.C.), hecho de piedra
caliza y yeso. Esta era la esposa real del faraón Akenatón.
Las primeras técnicas de escultura se hallan sobre el siglo v d.C., donde se habla del Canon de Policleto, que define la armonía entre las
distintas partes del cuerpo. Esto se llama contrapposto.
En Grecia, durante el período helenístico, las obras alcanzaron un grado mayor de
nitidez y detalles. Policleto, Fidias y Mirón
son los considerados maestros del estilo clásico.
Se asienta el movimiento, el dinamismo y las obras más complejas, como Laooconte y sus hijos, donde el desnudo
destaca “enredado” en una multitud de masajes al aire como si fuera un baile.
La belleza para los griegos era esencial, ya que representaba las matemáticas perfectas jamás creadas por los dioses.
La estética era el numen que condimentaba las
obras con escenas tan bien hechas que parecían fuera de la realidad. Multitud
de esculturas se lograron gracias a esto, como Hermes
con el niño Dionisio, el Auriga de
Delfos o los Bronces de Riace.
De la cultura etrusca se
defiende el uso de los utensilios como una obra de arte, desde cacharros de
cocina hasta obras más difundidas religiosamente, así como entierros dignos de
riqueza y relieves logrados con el uso de la terracota en sus construcciones,
escenas en planchas y motivos asombrosos en sus capiteles. Sin embargo, la
belleza se perdía con el paso del tiempo hasta tomar formas más rudimentarias.
Gracias al
contacto con los griegos, la escultura
romana vivía una forma exquisita. Las
mezclas entre culturas europeas y Oriente
posibilitaron una evolución mayor para Roma.
Durante el siglo iii
en adelante, el apogeo todavía por el paganismo se veía inmerso en esta arte
renovada. Destacaba, aparte y gracias por el dominio extranjero, adoración por
obras de artistas maravillosos. Pero lo que más se arraigaba a los romanos era
el credo por el retrato. El busto de Marco Aurelio,
el de matrona de la dinastía Flavia o el de Augusto era un ejemplo claro de ser míticos
personajes por el infinito de la Historia. Eran guardados en santuarios
familiares, llamados lararium.
Durante la Edad Media, el Imperio bizantino
fue clave en el nuevo arte de esculpir. Sus obras se encajaban en sus
construcciones como templos, capiteles, pedestales, etc. con motivos florales y
ornamentos místicos. Uno de estos ejemplos puede verse en San
Vidal de Rávena. Se trabajaban las incrustaciones en bronce, como en
las puertas de la Iglesia de San Miguel de Hildesheim,
reverenciada al arte bizantino y carolingio. Existe también una gran variedad con el
uso del textil, cerámica, metales y cristales en sus muros de construcciones
arquitectónicas, así como ornamentadas bóvedas de cañón, arcos de medio punto y
pórticos donde representar la belleza de este arte en su amplia magnitud.
La obra del Pórtico de la Gloria, de la Catedral de Santiago de
Compostela, del Maestro Mateo, allá
por el siglo xii,
luce en la Edad Media como una obra destacada
del hieratismo románico hacia el gótico. El primero se expandió por Europa desde el siglo xi con una distinción que tiraba
a formar parte como monumento en vez de singular escultura. Se empleaba la
madera como material referente a la humildad. Las obras más importantes fueron
las de los Cristos Majestades,
iconografías populares por su majestuosidad y sin sufrimiento.
El salto al gótico se dio por el siglo xiii en adelante y cobraba
especial atención las alabanzas religiosas en las portadas de las iglesias. Los
santos, apóstoles y demonios eran los más representados. La puerta de la Catedral de Chartres (1145 d.C.) es un ejemplo de
estas obras de artes oscuras que flagelaban el ánimo de los feligreses con el
temor de ser condenados al Infierno por sus actos. Sus gárgolas
son las piezas denominadas de este intervalo de tiempo, estatuas que infundían
pánico o eran utilizadas para espantar al Mal.
El Renacimiento marcará una época de grandes cambios hacia la renovada
perfección clásica. La nitidez y la belleza ideal eran lo más importante para muchos
artistas, y el futuro de la escultura.
© 2022 Elías Enrique Viqueira
Lasprilla (Eterno).
España.