La espié, su belleza era inmune al sol,
a mi deseo de retar a su lago
donde su cabello escapaba a Dios,
al cielo minervo, encrucijado,
las nubes que reflejaban su rubor.
Allí estuvo, como hermoso astro
orbitando lejos de mi amor,
constante, suave, de tacto delicado;
el espejo del que habla su sudor.
Imaginad tal desconcierto ermitaño,
mi secreto permanecía en buen confort,
ahí, hecho nube y desaliñado,
atacante del silencio, mudo tambor
de mi anhelo por odiar al mago
que hizo de mí un tallo sin flor.
Y no dejo de observar, callado,
entre postizos caminos alrededor,
aquejada mi alma en llanto
de no poder cazar al ave del dolor
que gruñe mi estómago de gusano,
de pocos capullos y una mariposa a color,
mientras el viento manda mi paso
a ser valiente, héroe o ladrón,
dar zancadas de viejos zapatos,
ser caballero o un mal jugador
de las tabernas, que ni dan buen caldo
ni un tajante trago de ardor.
Bañada en céfiros, este caballo
trotará a sus filas, mas hay dos
también en su correo… ¡Ingratos!
Ella no obedece a ningún monseñor;
quién fuera yo, así, un adinerado,
hombre para ti, mentiroso lord,
harto de extensos y bellos campos
como tus indómitos cabellos son.
Arbustos, contemplad mi cuerpo fatuo,
hecho guerras, cadáveres y horror,
no soy para ella su árbol
en el que llore o cuando no.
Desde este flaco estrado,
mientras yo pienso si el celo es un don,
otros te quieren llevar en su saco;
tradición de los amantes, digo yo.
Y desde esta orilla del plano,
seguiré observando tu fervor,
lobo que aúlla a su luna en verano,
semental para la siguiente estación.
Yo maldigo al viento casto,
estigma de mi escasa respiración,
obrero del tiempo y del acto.
Él te ama como si fuera yo,
y yo te amo como este viento lejano.
© 2020 Elías Enrique Viqueira Lasprilla (Eterno).
España.