Metódico es el lenguaje
que sabe de amor sin razón,
sabe de naturaleza ordenada
y de la sangre de una enamorada mujer.
No hay rayo de sol
que no ilumine mi mente
desde mi ventana, en esta poética carta,
lo que te escribo sin comprender.
Vestidos están los árboles,
ahí plantados, sin ningún movimiento,
y los envidio demasiado,
que desnudo ante ellos todo mi ser.
No dirijo esta tinta
ante tantas letras, ni de ella partir
lo que nos trae un legendario beso;
en él nos hagamos desaparecer.
Suspiros... Se los lleva el viento,
de él Dios da de tomar
a quien le tienta con amor,
a quien le reza que nada quiere temer.
Si fuera una raíz un anillo,
con él te daría a entregar
ese único deseo que avariciamos:
esposa, de ti jamás me quiero desprender.
No hay libro que valga
que en ellos se torne la historia
en una secuela de nuestro amor,
o en el advenimiento del desvanecer.
No, que no se desvanezca nuestro conocimiento,
la divinidad que nos une,
el ejército de un corazón invulnerable,
ese que siempre nos tratamos de enloquecer.
Entre rugidos me tienes,
entre lágrimas me socorres,
y en tus sueños me idolatras
como si fuera una canción a componer.
A este paso por la tierra,
y hasta el último aliento,
que mi vida se haga jugo,
y de él siempre puedas beber.
Como fruta al vino,
o el vino a la mejor tesitura
que haga de nuestra leyenda
la mejor historia a conocer.
Que el mundo sepa de nosotros,
que el humano llore con nosotros,
que sus ojos tengan vida,
y no una muerte a favorecer.
Que nuestro amor sea signo de ventura,
una motivación, valor, carisma,
la espada de un caído caballero,
o aquello perdido de un dios: su omnipoder.
Que nuestro amor sea la centuria
que trajo consigo lo ancestral,
lo olvidado lo hizo aquí, nuevo,
lo devolvió del tiempo y lo hizo retroceder.
Que de la tierra nazca agua,
que del fuego, el alimento sea un manjar fresco,
y de las palabras acechantes,
de la envidia florezca la sonrisa, y su resplandecer.
Sí, ¡sí!, así deseo tronar
como caen del cielo los estrados del Santo
cuando la tormenta se hace Juicio Final,
y del final es la calma: el tierno adormecer.
Te amo tanto, que olvido dónde estoy,
que nací en la Tierra, pero no pertenezco a ella,
que soy un ser de otro mundo,
y tú el ángel que me vino a socorrer.
Si fuera poco lo que te escribo,
que caiga en mí el que me dé a contestar:
¿por qué te amo como un mito?,
porque eres la diosa, que me hizo volver a nacer.
© 2019 Elías Enrique Viqueira Lasprilla (Eterno).
España.