De esas tormentas que persiguen la tristeza,
no hay corazón valiente
que disfrace al humano o animal
por la flor que nunca es arrancada de la tierra.
Deseosos brazos por tenerte, de mí quieras
los mundos que siempre soñaste,
desde pequeña hasta fruta madura,
nuestras espadas ya se oxidaron en la guerra.
Te guardo en mi corazón, sonrisa perfecta,
calmos latidos, incluso ruidosos en su silencio,
el mismo de este cosmos nocturno,
por donde cruzo a ver nuestras estrellas.
Tus ojos, mirada tan serena,
como un ente enamorado de lo más bello,
ahí me veo, espejo de Dios,
el mismo cielo por el que van mis letras.
Tal mismo vuelo que toma un poeta,
a ese lugar llamado Amor,
quién diría que en ese hogar
hallé el beso de mi gemela eterna.
Mil destinos cuando me piensas,
y qué más da si en ellos me batallas
por todo lo que nos apasionamos,
desde que duermes hasta que despiertas.
Y te cobijo en mi alma, vasija de piel y venas,
con la que recojo tus lluvias,
fríos de soledad, momentos de angustia;
yo siempre seré ese mar que fluya tu botella.
Desde esta vida alienígena, mi gran maestra,
te llevo lejos, astral, mágico,
tergiversando este fenómeno paranormal
al que llaman amor de pareja.
Y nos fundimos en una sola esencia,
savia del Árbol del Edén, única,
que nos recorra por completo:
dentro con un beso, luego un poema.
De esos misterios que la gente ruega,
el nuestro no mira más que a caricias,
el roce que tanto nos abriga,
y una mirada que nos convierta en leyenda.
© 2019 Elías Enrique Viqueira Lasprilla (Eterno).
España.