A los Eones también se
les consideraban mesías, santos, ángeles y de cualquier otra figura celestial,
aunque también, si eran heredados por el Mal, podían convertirse en reyes de
los infiernos, dejando de lado al mismísimo Satán. Pocos Seres Supremos tenían
tanto poder para obviar a Lucifer y sus secuaces.
Entre esa escasez de
Eones, destacaba uno que podía derrotar al Maligno en continuas batallas, al
margen de los Seres Supremos que solo le impedían a Lucifer seguir el camino
hacia la destrucción total. Pero ese ser tan majestuoso y excepcional había
sido congelado hasta los confines de su propia presencia.
Dios permitió ofrecerle
tanta energía a esa criatura celestial para ayudarlo a combatir contra el
Demonio.
Los Eones eran bestias
naturales y eternas que habían sido creadas por línea principal de Dios, fueron
Los Primeros. Ocultados para guardar la Vida, vigilaban las esencias de los
mortales y resolvían problemas relacionados con las fuerzas oscuras.
Cuando los Seres Supremos
se reencarnaron en los individuos terrestres, a éstos los proveyeron de inmortalidad,
aparte de magia con poderes limitados, ya que los Eones habían sido
avergonzados por el Dómine al desobedecerle en un momento crítico del que
pendía la Creación.
Además, no debían dotar
a los elegidos terrenales de sus energías secretas, ya que podrían acabar con
todos ellos en un abrir y cerrar de ojos.
Si los Eones habían
resurgido dentro de cuerpos mortales, algo grave comenzaba a brotar.
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