Más tarde, al caer el universo,
mi corazón ya no tenía punto,
hueco en su vida, latido en rumor,
pulso abatido sin voz ni aliento.
Desde aquella ventana, atiendo,
sentí el bramar de ese hechizo
tan ancestral, arlequino,
riéndose del viento.
Cuando fui capaz del desmiento,
era tan tarde como el reloj
de un gran adinerado,
atado siempre al tiempo.
Y la vi, entre tanto humano sin imperio,
estaba al borde de un poema,
aferrarse a la empuñadura de una espada,
antes de que mi amor le fuera muerto.
© 2022 Elías Enrique Viqueira Lasprilla (Eterno).
España.